jueves, 10 de junio de 2010

El mucho mejor tiempo


Hoy ha llegado a la ciudad lo que muchos llaman el buen tiempo. Y precisamente por el hecho de que haya llegado y nadie se haya molestado en ir a por él, el señor Gurmendi muestra su hospitalidad abriendo puertas y ventanas para que se digne a pasar. Tanta alegría le da este cambio de humor de los elementos que forman el bienestar temporal que no duda en telefonear a un viejo amigo, que vive entre praderas de hierva seca y vacas sonámbulas, para invitarle a disfrutar con él de este maravilloso día. Éste se indigna un poco, rechaza la invitación y le pregunta si acaso no se ha dado cuenta de que el buen tiempo se ha apoderado de todo el país y que allí en la pura naturaleza es mucho mejor. El señor Gurmendi no sale de su asombro y no duda en salir a descubrir lo que al parecer llaman el mucho mejor tiempo. Y allí los dos verán hoy el atardecer.

lunes, 17 de mayo de 2010

De sus hábitos alimentarios


Los últimos incendios en los bosques de la cercanía probablemente se debieron al descuido de un fumador. Quizá sea por ello que el señor Gurmendi no fuma; al menos no fuma tabaco.
También se preocupa por otras cuestiones. Se ha preguntado numerosas veces de dónde vienen las cosas; de dónde vienen sus cosas. Se ha planteado cuestiones que al día de hoy preocupan a la sociedad; bueno, digamos que preocupan a una minoría dentro de la sociedad. Se ha preguntado si en estos tiempos de la globalización de mercancías es posible encontrar un consumidor que haya visto los brotes de soja crecer, los haya cosechado y los haya acompañado en un largo viaje en portacontenedor, para que cuando invite a sus amigos a cenar, tenga la certeza de que su ensalada sea biológica.
El señor Gurmendi lo tiene difícil cuando sus alimentos no provienen de su propio jardín. Al señor Gurmendi le entran náuseas cuando piensa en cómo llega la carne a los almacenes de su ciudad. Con razón el señor Gurmendi es vegano.

lunes, 12 de abril de 2010

De cuando escribía sus pensamientos


El señor Gurmendi no escribe, sin embargo recoge algunas veces sus pensamientos en trozos de papel que están tirados por los rincones de su casa, se esconden en su mochila o se pierden en la mesa de un bar donde en algún momento tomó café. Un día escribió lo siguiente y lo dejó colgando de la rama de un árbol con ayuda de un alfiler:
Bajé a la orilla del río para deshacerme de pensamientos absurdos que no me aportaban nada. Vi allí el agua cuyo fin es llegar hasta el mar. Vi también un pato que se dejaba llevar por la corriente y cuyo fin es flotar hasta cansarse y dejar de hacerlo. Vi un pájaro que sobrevoló el río, se sentó en la copa de un árbol e inclinó el cuello. ¿Me estaría observando? ¡Que absurdo! Era yo quien lo miraba a él. Vi las burbujas de unos peces cuyo fin no es sino ser peces. Después mi pensamiento se quedó en silencio y al rato me vi a mí sentado en la orilla. ¿Mi fin? Hacer lo que nuestra especie hace.
Tiré una piedra de perfecta finura al agua. Ésta rebotó en la superficie, tiró al pájaro del árbol y lo mató; asustó a los peces, que se chocaron contra el pato, el cual tragó tantísima agua que se murió, y el río se secó al instante.
Años más tarde alabarían a un pato inmenso disecado en un descampado. Yo me preocupo por mi aportación al ecosistema.

jueves, 1 de abril de 2010

La teoría de la infelicidad


Una renombrada autora, de aquellas que son citadas innumerables veces en los medios, de las que son grandes por algo más bien pequeño, dividió a la humanidad completa en dos. Dijo que por un lado estaban las personas con iniciativa propia para enfrentarse a la infelicidad y que por otro lado estaban quienes carecían de esta habilidad. Pues bien, por sorpresa de algunos, hay quien toma esa división por ley de vida, levanta el dedo índice con gesto educativo y proclama dicho enunciado como íntegramente verídico.
El señor Gurmendi se indigna con semejantes estupideces y entristece. Hoy, se tomó el día para hacer algún que otro trayecto en tranvía. Iba de pie y se colocaba justo al lado de la salida. Era de esperar que numerosas veces se ganaría una sonrisa de aquellas personas a quienes sujetaba la puerta cuando en el último momento venían corriendo a coger el tranvía. Sólo son cosas pequeñas, pero el señor Gurmendi es feliz.

sábado, 20 de marzo de 2010

De la hormiga y la araña


Érase una vez una hormiga orgullosa, de color marrón, cuerpo robusto y trompa larga, que vivía en una tela de araña. Érase la misma vez también una araña obesa, con bigote de fiera, que saltaba alrededor de la hormiga cantando por bulerías. Un día la hormiga tomó postura de reina, levantó tantísimo la cabeza que, de no haber sido por la pegajosa tela, se habría caído hacia atrás, y tiró su cinturón a la araña para que subiera con ella al trono. Sin embargo, en vez de subir la araña, del fuerte peso cayó también la hormiga, que no acostumbraba a hacer ejercicio. Ahora las dos viven jugando a esconderse de los granos de arena en la playa.

Érase una vez el señor Gurmendi dando vida a lo inerte y pensando que todo lo demás estaba muerto.

lunes, 8 de marzo de 2010

Del cuento para niños adultos

 

El señor Gurmendi salió de viaje y reconoció el encanto de la arquitectura gaudiana, cuyas formas y colores le recordaban a un cuento para niños adultos que guardaba en la estantería:
«Te dejo un instante más para reflexionar acerca de quien eres» dijo él cuando se la encontró un buen día en un pueblo de la costa atlántica. Ella le miró fijamente, frunció las cejas y no dijo nada. ¿Acaso él tenía que meterse en asuntos ajenos, intimidando la privacidad de otros? ¿Acaso ella tenía que pensar sobre sí misma? Al fin y al cabo solo era una muñeca con sobredosis de maquillaje que pasaba el día observando a los demás muñecos.
«Tonterías» optó finalmente por contestar « ¿Por qué debería yo partirme la cabeza si otros tampoco lo hacen?»

martes, 2 de febrero de 2010

Las vías


Las vías de tren simbolizan para el señor Gurmendi lo que a muchos otros: una simple recta que se pierde en el infinito e invita a soñar. ¿Pero qué pasa ahora que la vía se tuerce a mitad de camino, rompe con la simetría y no llega hasta el final? Es más, ¿qué pasaría si la nieve cubriera la vía por completo, el tren perdiera el sentido de la orientación y de la gravedad, y si entonces levitara y aterrizara en la copa de un árbol que queda fuera de la fotografía?
El señor Gurmendi piensa en la semejanza de ambas preguntas, pues no hacen más que complementarse. El tren desaparecería del campo de visión de una manera y de la otra. Él tiene claro que pisará por medio de las vías, dejará sus huellas marcadas e irá en busca del último vagón. 

jueves, 28 de enero de 2010

Cuando Avelino vino a visitarle

Avelino es un tipo curioso, buen amigo del señor Gurmendi y poco mayor que éste. Ha venido desde muy lejos y se quedará unos días a dormir. Viste al estilo dandy, acompañándolo de una gran sonrisa, que le caracteriza.
A la mañana después de llegar, en el balcón apretujados, pues es bien pequeño, Avelino comienza una conversación preguntando al señor Gurmendi por el tiempo que ha pasado en los últimos meses.
"A veces no se, Avelino, si la ciudad está entre rejas o si de lo contrario soy yo quien la ve estando encarcelado. Estos días oscuros de invierno me llegan profundamente y no me dejan reposar en paz cuando así lo deseo. ¿No tienes también esa sensación de que el aire corta tus pensamientos cuando caminas por la calle, como si de una espada afilada se tratara?

domingo, 17 de enero de 2010

De cuando nevó



El señor Gurmendi no está seguro si la nieve que inunda las calles se presenta con objeto de amistad o si de lo contrario es más bien una intimidación del agua de lluvia, que piensa quedarse para someter la ciudad a la paralización del tiempo.

El señor Gurmendi se abriga excesivamente con varias capas de ropa vieja que guarda, para este tipo de ocasiones, en el sótano, y da los primeros pasos hacia el exterior de su casa. Su impresión es un tanto singular, y no acaba de completarse hasta llegar a su parque habitual, donde la capa de nieve no ha cogido el color oscuro de los humos de escape, sino luce un blanco de lo más espectacular y enternecedor. Ahora se sienta inmóvil en un banco y detiene el tiempo.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Los Onandi




La señora y el señor Onandi son unos conocidos del señor Gurmendi que viven en su barrio y con quienes se entiende de maravilla, pues les gusta fotografiar. No es anómalo verles cargar con un complejo equipo fotográfico cuando cruzan la ciudad. Él vestirá un polar, vaqueros azules, su gorro marrón y sus guantes de cuero, y cargará el trípode como si fueran unos esquíes. Ella vestirá una chaqueta corriente, de esas que se llevan en el día a día, se colgará la cámara, con flash y sin funda protectora, en el cuello. Llevará un bolso para sus neceseres y algún que otro día aprovechará para comprar unas verduras de paso. El señor Gurmendi les saluda y de vez en cuando mantiene una breve pero atípica conversación con ellos, pues les tiene cariño.

domingo, 29 de noviembre de 2009

El certamen fotográfico




El señor Gurmendi decidió participar en un certamen fotográfico para ver si sus imágenes tenían aceptación entre quienes decían entender del tema. Con una cámara de usar y tirar tomó una fotografía quitsch de la puesta del sol, donde se veía un degradado de colores: el cielo añil tomaba luz amarillenta y esta a su vez pronto se veía anaranjada para finalmente perderse entre el suave oleaje.


La calidad no era espectacular, ni la iluminación la ideal y si bien ningún miembro del jurado supo apreciar la idea, pocos curiosos pasaban por la sala de exposición sin ver la fotografía y sentirse, al menos, un poco invitados a soñar.