lunes, 12 de abril de 2010

De cuando escribía sus pensamientos


El señor Gurmendi no escribe, sin embargo recoge algunas veces sus pensamientos en trozos de papel que están tirados por los rincones de su casa, se esconden en su mochila o se pierden en la mesa de un bar donde en algún momento tomó café. Un día escribió lo siguiente y lo dejó colgando de la rama de un árbol con ayuda de un alfiler:
Bajé a la orilla del río para deshacerme de pensamientos absurdos que no me aportaban nada. Vi allí el agua cuyo fin es llegar hasta el mar. Vi también un pato que se dejaba llevar por la corriente y cuyo fin es flotar hasta cansarse y dejar de hacerlo. Vi un pájaro que sobrevoló el río, se sentó en la copa de un árbol e inclinó el cuello. ¿Me estaría observando? ¡Que absurdo! Era yo quien lo miraba a él. Vi las burbujas de unos peces cuyo fin no es sino ser peces. Después mi pensamiento se quedó en silencio y al rato me vi a mí sentado en la orilla. ¿Mi fin? Hacer lo que nuestra especie hace.
Tiré una piedra de perfecta finura al agua. Ésta rebotó en la superficie, tiró al pájaro del árbol y lo mató; asustó a los peces, que se chocaron contra el pato, el cual tragó tantísima agua que se murió, y el río se secó al instante.
Años más tarde alabarían a un pato inmenso disecado en un descampado. Yo me preocupo por mi aportación al ecosistema.

jueves, 1 de abril de 2010

La teoría de la infelicidad


Una renombrada autora, de aquellas que son citadas innumerables veces en los medios, de las que son grandes por algo más bien pequeño, dividió a la humanidad completa en dos. Dijo que por un lado estaban las personas con iniciativa propia para enfrentarse a la infelicidad y que por otro lado estaban quienes carecían de esta habilidad. Pues bien, por sorpresa de algunos, hay quien toma esa división por ley de vida, levanta el dedo índice con gesto educativo y proclama dicho enunciado como íntegramente verídico.
El señor Gurmendi se indigna con semejantes estupideces y entristece. Hoy, se tomó el día para hacer algún que otro trayecto en tranvía. Iba de pie y se colocaba justo al lado de la salida. Era de esperar que numerosas veces se ganaría una sonrisa de aquellas personas a quienes sujetaba la puerta cuando en el último momento venían corriendo a coger el tranvía. Sólo son cosas pequeñas, pero el señor Gurmendi es feliz.