El señor Gurmendi no escribe, sin embargo recoge algunas veces sus pensamientos en trozos de papel que están tirados por los rincones de su casa, se esconden en su mochila o se pierden en la mesa de un bar donde en algún momento tomó café. Un día escribió lo siguiente y lo dejó colgando de la rama de un árbol con ayuda de un alfiler:
Bajé a la orilla del río para deshacerme de pensamientos absurdos que no me aportaban nada. Vi allí el agua cuyo fin es llegar hasta el mar. Vi también un pato que se dejaba llevar por la corriente y cuyo fin es flotar hasta cansarse y dejar de hacerlo. Vi un pájaro que sobrevoló el río, se sentó en la copa de un árbol e inclinó el cuello. ¿Me estaría observando? ¡Que absurdo! Era yo quien lo miraba a él. Vi las burbujas de unos peces cuyo fin no es sino ser peces. Después mi pensamiento se quedó en silencio y al rato me vi a mí sentado en la orilla. ¿Mi fin? Hacer lo que nuestra especie hace.
Tiré una piedra de perfecta finura al agua. Ésta rebotó en la superficie, tiró al pájaro del árbol y lo mató; asustó a los peces, que se chocaron contra el pato, el cual tragó tantísima agua que se murió, y el río se secó al instante.
Años más tarde alabarían a un pato inmenso disecado en un descampado. Yo me preocupo por mi aportación al ecosistema.